EDUCAR... Esta sencilla palabra de seis letras conlleva en sí misma una gran responsabilidad para quien se propone practicarla. Cuando se habla de educar no se hace referencia al simple compromiso de entregar información ya que ésta, gracias a los avances tecnológicos de nuestro tiempo, está a disposición de todos en cualquier momento y lugar. Educar, es pues, un compromiso personal de contribuir a la formación plena e integral del ser humano, de manera que se desarrollen en forma equilibrada todas y cada una de sus dimensiones.
Lastimosamente, cuando se habla de Educación Sexual, pareciera que sólo se estuviera "potenciando" el ámbito de lo genital; los medios de comunicación, organizaciones a nivel mundial (Planned Parenthood, ONU, empresas farmacéuticas que producen anticonceptivos, entre otras) e incluso, desde las instituciones educativas públicas siguiendo las directrices del MEN, en su programa para la educación de la sexualidad, nos encontramos frente a un bombardeo constante de "información" que "orienta" a nuestros niños y jóvenes hacia una nueva visión de su corporeidad y de su relación con los demás, en donde la satisfacción de los anhelos y placeres individuales están por encima aún de su propio bienestar, de ahí seguramente, la infatigable lucha por concientizarlos del uso adecuado del condón, de pastillas anticonceptivas, de los métodos de planificación familiar, de la masturbación y, gracias a la sentencia de la Honorable Corte Constitucional: C-355 de 2006, del aborto.
La Educación Sexual entendida de este modo parece desconocer el principio fundamental de todo proceso educativo, es decir, el hombre como ser integral. De tal forma que deja de lado elementos tan importantes como la autoimagen, el respeto por sí mismo, el respeto por los demás, la aceptación de su corporeidad como reconocimiento de sí mismo y a su vez, la asimilación y promoción de valores como la castidad y la fidelidad y, fundamentalmente, la educación en el amor.
Como docente en ejercicio, veo diariamente mayor número de jóvenes que inician su vida sexual a temprana edad, embarazos en adolescentes y jóvenes en edad escolar, promiscuidad, pérdida de vínculos de confianza ya fectividad con los padres de familia, desorientación en cuanto a la consolidación de un proyecto de vida, entre otras muchas situaciones, que hacen evidente la ineficacia que hasta ahora ha tenido la educación sexual y me pregunto: ¿No sería más conveniente y convincente una educación cimentada en el amor? ¿Acaso la promoción de la castidad y la fidelidad es tan obsoleta? ¿No es posible llevar a nuestros jóvenes a alcanzar una verdadera madurez, asumiendo su corporeidad y la del otro con la dignidad que ella merece?
En síntesis, el amor cimentado en el respeto, la fidelidad, la castidad, la responsabilidad, son valores inherentes al desarrollo adecuado de la sexualidad, por tanto no deberían desligarse de ésta sino, antes bien, se hace necesario anteponerlas a los antivalores que la sociedad hedonista y materialista pretende imponernos día a día.
*Miembro de la Comisión de Defensa de la Vida
Tomado del periódico Kairós, edición 311, del 11 al 24 de agosto de 2013. Página 20.
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